La distopía que Philip K. Dick narró en su libro “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” está cada vez más cerca. El filme inspirado en el libro, ‘Blade Runner’, centra su historia en noviembre de 2019, en un mundo sin vida. Pero… ¿qué pasaría si el ser humano desaparece de la tierra, cuánto tardarían las plantas en recuperar su espacio?
La novela del escritor estadounidense Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” resulta más conocida si se nombra la película que se inspiró en su historia: “Blade Runner”, las aventuras de un cazador de androides en un mundo futurista desprovisto de vida. La novela, que sitúa su historia en noviembre de 2019, es un grito de dolor de una humanidad rodeada de muerte, donde el polvo radioactivo ha aniquilado a la mayoría de los seres vivos. Y lleva a hacerse una pregunta: ¿qué pasaría si el ser humano desaparece de la tierra? ¿Cuánto tardarían las plantas en ocupar su lugar?
El naturalista británico David Attenborough ha dicho repetidas veces que el ser humano es la peor plaga del planeta: “Solo si controlamos nuestro crecimiento podremos sobrevivir”, asegura. Día a día, año a año, década a década, destrozamos nuestra propia casa, contaminando el aire que respira, manchando las aguas de las que bebe y dejando sin reservas las praderas que le dan alimento.
¿Y si el ser humano desaparece de la Tierra?
Un mundo sin nosotros. ¿Qué pasaría si todos los seres humanos mueren de repente y dejan el planeta tal y como lo conocemos? A las pocas horas, todas las ciudades están a oscuras y se producen los primeros problemas: sin mantenimiento, las centrales nucleares fallan y emiten radiaciones fatales. Al mismo tiempo, los animales domésticos abandonan su espacio, en busca de comida para alimentarse. Vacas u ovejas perecen por falta de comida, pero otros más grandes van migrando a otras zonas. Fauna y flora que se encuentran en el radio de contaminación de las centrales nucleares muere en un mes.
A los seis meses, la pérdida del mundo artificial creado por el hombre ha afectado a animales como las cucarachas (no sobreviven al invierno ya que no hay hogares con calefacción), los perros (asilvestrados atacan a todo animal para alimentarse de él) y los antiguos hogares humanos se llenan de roedores y pequeños mamíferos. Al cabo de un año, la radiación del aire ha desaparecido y la flora empieza a regenerarse.
La fuerza de las plantas
Sin mantenimiento, las carreteras se convirtirían en espacio improvisado para nuevos árboles y arbustos, al igual que aceras y calzadas de las ciudades. Durante ese primer siglo, los tejados se derrumbarían y las plantas colonizarían el interior de edificios. El crecimiento de los bosques ayudaría a limpiar el exceso de CO2 de la atmósfera.
La vida es cada vez más natural. Solo 150 años después de la ‘catástrofe’, la mayoría de edificios se habría colapsado y empezarían a derrumbarse puentes, diques y pantanos. Ríos como el Ebro estarían otra vez naturalizados en apenas 250 años y los sotos se habrían ampliado hasta ocupar su espacio original, que en el caso de las inmediaciones de Zaragoza ocuparían todo el espacio entre las diferentes muelas. Además, dentro de unos 300 años, la vegetación habrá recuperado tanto territorio que empezará a reducirse considerablemente el CO2 que el ser humano ha emitido a lo largo de su historia . En un milenio, sus niveles habrán retrocedido a la época preindustrial.
Solo en 50.000 años
Las excesivas edificaciones humanas no solo se habrán desmoronado con el paso de los siglos, sino que se habrán cubierto de vegetación: las raíces se encargarán de ir rompiendo las piedras hasta deshacerlas, mientras que la erosión y humedad convertirá en polvo ladrillos y materiales más endebles. Apenas habrá rastro ya del ser humano, que dentro de unos 50.000 años será un recuerdo borroso en la larga historia de la Tierra y solo estará presente en reducidos yacimientos arqueológicos.