El soto se ha convertido en hogar de plantas y animales. En septiembre, el verdor cederá a los colores pardos del tamariz y la clemátide, los frutos rojos del rosal silvestre y el espino albar y el sabroso fruto de la zarzamora
El galacho de Juslibol es el último regalo del Ebro. Pocos ríos europeos tan caudalosos como el nuestro mantienen sus remolinos, crecidas y estiajes, que transforman segundo a segundo el paisaje, a veces de forma imperceptible y, otras, radicalmente. El galacho de Juslibol se formó de esta segunda manera, tras las grandes inundaciones de 1961, que cambiaron el curso del río para siempre y dejaron un meandro abandonado que los limos, la humedad y la sabiduría de la naturaleza han transformado en un espacio único.
Aunque el río Ebro ha sido domesticado en las últimas tres décadas, todavía se ven remolinos y se producen crecidas. Las graveras siguen moldeándose y los inviernos crean y arrastran islotes. Pero los embalses, canales y contrafuertes han frenado el ímpetu de las aguas y la energía del río ha terminado por disiparse, de modo que el de Juslibol será, con toda probabilidad, el último galacho. Ahora, es hogar de cientos de plantas y animales, con una preciosa flora de ribera.
Los árboles de ribera del galacho
Este gran soto es un espacio natural en plena ebullición. Cuando el caminante se adentra en sus senderos, le cuesta creer que hace casi cuatro décadas nada de lo que contempla existiera. Ni las lagunas rodeadas de carrizal y tamarices, ni ese bosquecillo de sauces, olmos y álamos, formado en un banco de arcilla. Tampoco el martín pescador o el pájaro moscón nidificaban en esa chopera, porque ese pedazo de tierra era el cauce del Ebro. Los lagos son, en realidad, enormes socavones originados en la década “desarrollista” de los 70, cuando se extrajeron áridos y grava para la creación de lo que hoy es el barrio del Actur y la autopista que rodea la ciudad en su parte norte. Las avenidas del río y las filtraciones rellenaron el espacio hasta crear enormes charcas, que con el paso de los años se fueron llenando de vegetación.
¿Cuáles son las plantas y flores del galacho de Juslibol? En el proceso de formación del soto, primero llega el carrizo, cuyas fuertes raíces permiten fijar limos y nitratos al suelo hasta que éste se colmata y permite crecer otras plantas, como los tamarices, malvavisco o juncos y, finalmente, los chopos, olmos y sauces. Y ahora, aves como las fochas, ánades, patos y pollas de agua guardan sus orillas, mientras garzas reales, gaviotas reidoras, cormoranes o cigüeñas sobrevuelan las aguas. Precisamente, esta vegetación creciente, que avanza sin prisa pero sin pausa, es uno de los principales peligros de conservación del galacho. Si la naturaleza siguiera su curso, dentro de unos cincuenta años todas las lagunas y antiguos brazos de río serían un bosque impenetrable en el que ya no quedaría ni rastro de lo que se ve hoy en día.
Peligro de desaparición
Durante los primeros 10-20 años de vida del galacho, comienzan a sedimentarse las tierras; en los 30-40 años siguientes a su formación -momento en el que nos encontramos- se pierde profundidad en los cauces, con el consiguiente avance de la vegetación. De aquí a 20 años, la colmatación estará completa y todo se verá cubierto de carrizo. En 2050, aproximadamente, todo el paisaje sería un soto repleto de arbustos y arbolado. El primer aviso del peligro de desaparición del galacho tuvo lugar en 1990, cuando una enorme tormenta descargó sobre Zaragoza y se produjo un importante desplome de tierras del barranco de Miranda que cubrió una parte del lecho.
Esa nueva “isla” fue colonizada en dos años por más de 15.000 plantas, gracias a la presencia de agua, humedad y buenas condiciones climáticas. En 2000, lo que tan sólo 10 años antes era un montón de tierra derrumbada, ya estaba completamente colonizado por la vegetación de ribera, de modo que resultaba imposible distinguirlo del resto.
Para que este frágil hábitat perviva en el tiempo se llevan a cabo acciones que buscan frenar el proceso de colmatación. Por un lado, mediante tapaderas en las torrenteras de los cortados circundantes para evitar la entrada de más sedimentos. Por otro, se eliminan carrizos y aneas en las balsas para frenar así la sedimentación.
Mientras, el paisaje cambia constantemente. En septiembre, el verdor cederá a los colores pardos del tamariz y la clemátide, los frutos rojos del rosal silvestre y el espino albar y el sabroso fruto de la zarzamora, regalo para el excursionista que, al llegar a orillas del Ebro, degusta el sabor de un espacio natural que no podría repetirse.